Descripción de las
grandes complejidades del ser judío
“Me
gustaría llevar un disfraz y me encantaría cambiar de nombre”
Stendhal
//Susy Anderman
Existe
la costumbre de decirle a una persona que ha escondido la cabeza como un
avestruz cuando no quiere dar la cara a un asunto o tiene una
actitud cobarde. Pero nada más lejos de la verdad, ya que el avestruz no es un
animal que se caracterice por su cobardía, y en eso pensé cuando me encontraba
en un teatro de la colonia Juárez de la Ciudad de México, en el que el mero
título generaba en mí, un pequeño o gran estado de ansiedad, combinado con
paranoia, porque cómo se había atrevido alguien de abrir este tema con un
público mayormente heterogéneo fuera de cualquier espacio comunitario y que tiene
que ver con nosotros los judíos. Esto implica ya un acto de total valentía.
Quizá,
la primera sensación que me invadía tenía que ver con el miedo de lo que sucedería
ahí, en el último piso del Teatro Milán, donde se encuentra el foro. Una
escenografía algo extraña pero ya nada es extraño en el teatro actual, y al dar
inicio, era claro que se trataba de un monólogo con su característica
construcción discursiva, que me agrada por el ejercicio mismo del que habla y
pretende manifestar algo importante.
Era
más que obvio lo que comenzaría a decir el personaje, un judío manifestándose
desde su mundo interior, con esa gran similitud idiosincrática del que está en
cualquier lugar, sea una ciudad de Alemania, Argentina, Bélgica o cualquier
otra, quizás en el mismo México, como es el caso de esta interesante adaptación
de la película alemana Ein Ganz Gewôhnlicher Jude escrita por Charles Lewinsky
y dirigida por Oliver Hirschbiegel, la cual se exhibió en el V Festival
Internacional de Cine Judío en México (FICJM, 2007), siendo justamente Arón Margolis
(Fundador del FICJM), quien la presenta ahora como productor de teatro. Al
proyecto se sumaron Enrique Singer y Alberto Lomnitz, y el mismo Lomnitz junto
con Daniel Goldin se encargaron de tropicalizarla a México. Matías Gorlero realizó
el diseño de espacio e iluminación y Andrea Salmerón Sanginés, el diseño de
producción de la obra.
Vayamos
más allá. El actor logró captar de inmediato la atención a los textos que iban
tomando forma, parecían un eco de lo que cualquiera de nosotros seguramente ha
pensado, mencionado, gritado, o más bien, callado. Callar ha sido la costumbre,
porque no vaya a ser que uno genere o multiplique el antisemitismo. No hay que
generar ‘rishes’, como lo menciona Alberto Lomnitz o Enrique Singer, o
sea lo que parece ser el perturbador modo de sentirse perseguido por ser
diferente al otro y poseer una identidad distinta, entendiendo por identidad,
el sistema de creencias y costumbres que sostiene a todo individuo. La
identidad, es propiamente la necesidad que tiene el sujeto de percibirse en su
totalidad. Cuando se encuentra frente al ajeno, cuestiona por similitud o por
diferencia esa construcción en la cual se apoya su psiquismo. Ajenidad implica entonces
modificar la propia identidad erigida en las ideas del sujeto y de la cultura
de pertenencia, por lo cual, enfrentar algo distinto, suele provocar una
inestabilidad que hace que el Otro se convierta en un enemigo potencial o en un
ser indeseable.
En
términos más sencillos, a veces no basta exhibir el Holocausto como icono de la
injusticia, porque si del otro lado, no se comprende toda la historia y se
mezcla con ignorancia, manipulación, estereotipos y prejuicios, el resultado es
lamentable y cala. La indiferencia y la poca empatía dan así luz para crear el discurso
de este desesperado personaje judío, como si tuviera detrás a quienes lo
persiguen todo el tiempo, manejados por una larga cadena de antisemitismo. Y
aunque uno pueda decidir o tratar de esconderlo, siempre habrá algo que nos
delate.
La
obra, encierra una ágil descripción de las grandes complejidades del ser judío,
en un mundo de constante cuestionamiento tanto externo como interno. Una visión
de cómo juzgar o cómo nos juzgan, desde el microcosmos de la mentalidad judía
hasta la macro del estado Judío, un Israel que siempre se debe portar bien a
pesar de las agresiones y del rechazo, pero también cómo sería posible que uno
se purifique de tanta carga histórica, de ese inconsciente colectivo que
heredamos desde la esclavitud de Egipto, las múltiples persecuciones y los destierros,
la Inquisición, el Holocausto, además del extremo cuidado que debemos dar a la
patria espiritual, a la sinagoga de la esquina
o a nosotros mismos, siendo agredidos o incómodos por algunos
comentarios en un entorno no judío o viendo una obra que trata de nosotros
mismos, si fuera el caso.
Enrique
Singer y Alberto Lomnitz, quienes alternan las funciones por la complejidad de
la actuación, pueden convertirse en cualquier judío común y corriente,
cualquiera de nosotros, los que somos judíos.
Al
dialogar con los actores sobre lo que podrían ellos mismos percibir acerca de
la diferencia que encuentran entre el público judío y el no judío, Alberto
Lomnitz opina que ciertamente el impacto es diferente ya que la obra discute
muchísimos temas centrales en torno a qué es la identidad judía. El público
judío ha mostrado una enorme empatía por el personaje e interés por los temas
que se tratan en la obra y más aún la manera en que lo hace.
“Para
el público no judío, dice Lomnitz, al estar adaptada a México, hay varios
cuestionamientos acerca del entorno mexicano en particular como país
pluricultural, y presenta la oportunidad de asomarse a otra cultura y conocer
acerca de la cultura judía, lo cual ha recibido muy buena respuesta.
Enrique
Singer comenta en igual forma: “Creo que son impactos distintos porque el público
no judío se va a enterar de ciertas cosas, y el público judío reafirma
situaciones de su judaísmo”.
Sobre el hecho de ser un actor judío representando a
este personaje, Alberto Lomnitz opina que indudablemente es importante el hecho
de ser un actor judío, al ser un personaje judío que se está
explorando para encontrar en qué consiste el ser judío, hay una exploración de lo
que podríamos llamar el alma judía. “Creo que es importante ser judío en la
representación de esta obra más no indispensable, es decir, creo que un actor
no judío haciendo un buen trabajo de investigación, podría llegar a interpretar
la obra, pero finalmente no hay como tener un actor que ha vivido estas
preguntas y estas cuestiones en carne propia”.
Por
su parte Enrique Singer opina: “Sí influye que yo sea judío, o que sea de
origen judío, porque me veo reflejado en muchas de las cosas que dice y
evidentemente resulta para mí, si no más fácil, más cercano para construir el
personaje. Siento yo que un actor que no es judío podría hacer la obra en la
medida que se está hablando de un problema universal”.
Resultó
muy interesante conocer cómo coinciden ambos actores destacados, sobre lo que
para ellos es el clímax de la obra. Enrique Singer comenta que sin duda es cuando
el personaje cuenta la historia al no poder circuncidar a su hijo, con la
consecuente pérdida de su relación con él y con la esposa, lo que termina siendo
una anagnórisis, esto es, una conciencia de sí mismo.
Lomnitz
afirma: “Me parece que es todo el fragmento, toda la sección acerca de la
pérdida de su esposa y de su hijo por un asunto de identidad judía, por un
conflicto religioso básicamente al interior de la pareja. Es el clímax, porque
realmente creo que es donde se descubre un poco la raíz del conflicto del
personaje”.
Un
judío común y corriente toca así muchos aspectos, quien se sienta atrapado en
el espléndido monólogo, sin duda se verá reflejado frente a un enorme espejo, desde
las frases y los pensamientos que probablemente todo judío ha deseado
manifestar pero nunca con la magnífica estructura que presenta esta obra.
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