Feria Internacional del Libro Guadalajara 2013
Silvia Cherem con los cuatro grandes
Por Susy Anderman
Israel es el país invitado en la Feria Internacional del Libro Guadalajara 2013, un acontecimiento que emocionó a la comunidad judeomexicana por tener la oportunidad de compartir tradiciones y costumbres ancestrales que se ven representadas en el amplio programa de este año.
La literatura israelí abre puertas en nuevos continentes, una gran lista de autores que destaca y que también comienza a conquistar espacios cuando un país con las características de Israel, se abre paso: A.B Yehoshua (traducido a 28 idiomas), David Grossman (23), Etgar Keret (30), Amos Oz (36), además de que este año cerca de veinte títulos serán traducidos al español.
Con la inquietud de Silvia Cherem, escritora judeomexicana, se genera como propuesta acercar a los lectores de México a algunas de estas figuras en su nuevo libro Israel a cuatro voces, en el que se toma a cuestas perseguirlos con su característica manera de abordar a sus entrevistados y que gracias al camuflaje de otro idioma, lejano para la zona en la que estos escritores nacen y se constituyen, penetra en lo más íntimo de su vida, desmembrando la creación de los personajes que lejos de su imaginación, muestran los fantasmas colectivos y personales de su historia.
El libro de Silvia Cherem se presentó dentro del programa de actividades de la FIL y está ya listo para quienes deseen jugar un diálogo maestro con David Grossman, Amos Oz, A.B. Yehoshúa y Edgar Keret, mientras que Silvia aflora con su distinguido arte de la entrevista que bien dice Vicente Leñero, “Nos abre los ojos al pujante mundo de la creación en Israel. Nos sorprende. Nos fascina con su estilo”. Y no podría ser nadie más que José Gordon quien prologue el libro y que inicie con una pregunta fundamental ¿Cómo podemos conocer lo que sucede en una cultura que tiene una historia, una lengua y una mirada distinta a la nuestra? Dice Gordon, “Con la curiosidad a flor de piel y una acuciosa investigación, Silvia nos abre las obras de estos creadores, las reseña, al tiempo que trata de adivinar la correspondencia que tienen con sus historias personales entreabiertas en las “entre-vistas”, a pesar de que en una verdadera obra de arte hay algo irreductible, que se escapa a la biografía del autor”.
-La pregunta para Silvia es si el lector mexicano ¿podrá entender la literatura de los autores israelíes?
-Si hablamos de los cuatro que yo incluí en mi libro, mi respuesta definitiva es sí. Son autores universales cuyo lenguaje, estilo y creatividad trasciende cualquier frontera. No en balde Amos Oz y David Grossman son candidatos al Nobel, A.B Yehoshúa ha sido nominado al Booker´s Award, el máximo galardón literario por obras en inglés o traducidas a esa lengua, y Etgar Keret, a pesar de su juventud es uno de los autores más leídos en Israel y también en Latinoamérica. Cualquiera con interés literario puede conmoverse con las obras monumentales de estos gigantes. La pena es que son insuficientemente conocidos en nuestro país y que no es fácil hallar sus libros en librerías mexicanas. Espero que eso cambie tras la Feria del Libro de Guadalajara.
-Silvia, me gustaría que hablaras del lenguaje de las genealogías, es decir de dónde heredaron su voz estos autores. ¿Cuáles son las comuniones y las divergencias entre los cuatro autores que entrevistaste?
-Amos Oz y A.B. Yehoshúa, nacidos en Palestina, eran pequeñitos durante la Segunda Guerra Mundial y comenzaban a comprender el mundo durante la Guerra de la Independencia del Estado de Israel. Les tocó vivir el miedo a los árabes y también a los ingleses, padecer el odio y el desconsuelo, saber que el mundo podía fracturarse en cualquier momento. Que su vida era endeble. Ambos aluden a la épica de creación del Estado. Cada uno desde una óptica diferente y con una creatividad sorprendente. Cada uno tiene un sello individual, propio, personal. En la obra de Amos Oz son personajes principales el kibutz y la Jerusalem sitiada; en la de Yehoshúa, a quien se conoce como Bulli, el tema es la identidad perdida. La necesidad de borrar el origen sefaradí para insertarse en el flujo ashkenazí, el de los pioneros del Estado.
El caso de Grossman es distinto. Es cuando menos 15 años menor que Oz y Yehoshúa, pero lo acogieron como hermano pródigo tras la publicación de Véase: Amor, con la que se dio a conocer en 1986, en Israel y en el mundo. Grossman, sin ser hijo de sobrevivientes del Holocausto, es paloma mensajera de la Shoá. En aquel libro deslumbrante alude a lo que fue haber sido primera generación nacida en Israel y desconfiar del discurso oficial, es decir del silencio ante el pasado en Europa para construir una nación impoluta sin huellas de dolor. Aquel niño que nació oyendo los programas en búsqueda de sobrevivientes y que percibía el pesar existencial de los adultos, desconocía qué era la Bestia Nazi. Nadie hablaba de eso, el silencio se multiplicaba. Con imaginación prodigiosa, Grossman rompió todos los esquemas para aludir al tema de la Shoá desde una mirada crítica poniéndose los zapatos del judío y del nazi en un afán por entender el insondable silencio. Ese fue el inicio de Grossman. La búsqueda de sus propios apelativos para nombrar el mundo que lo rodea, para referirse a la vida en el Estado de Israel. Sus libros son sorprendentes y se reinventa en cada uno de ellos. Al Holocausto, como una herida que implica masticar clavos a diario, se sumó hace algunos años la muerte de su hijo, cumpliendo su servicio militar en Tzahal, durante la Segunda Guerra de Líbano.
Keret, el más joven del cuarteto, se cocina aparte. Él sí es hijo de sobrevivientes del Holocausto y su mundo sórdido que alude al absurdo figura en sorpresivos cuentos cortos. Lo suyo es el surrealismo de la vida misma. Lo desconcertante que es existir en Israel o en cualquier sitio del mundo. En su caso, son escasas las referencias a su patria. Su patria es su mundo fantástico, la violencia absurda en la que creció. Los hoyos de soledad que abren puertas inesperadas.
-¿Cómo elegiste a los autores?
-Desde hacía años yo quería entrevistar a Amos Oz. La FIL 2013, en la que Israel será país invitado, me brindó la oportunidad de buscarlo a él y a los otros tres autores que sumé a mi lista por devota admiración. Leí toda la obra de ellos, los busqué, viajé dos veces a Israel y realicé largas y profundas entrevistas, en casi todos los casos con reuniones de varios días. Fue un año intensísimo de lecturas, viajes, transformación personal. Un año de reescribirme conociendo a estas figuras épicas de la literatura israelí.
-¿En qué te basaste para decidir el orden de las entrevistas en el libro?
-La manera de acomodar los textos en el libro sin duda es arbitraria. Si hubiera sido por edad, el primero debía ser Bulli, luego Oz, seguidos por Grossman y Keret. Por importancia a nivel mundial, la lista tenía que encabezarla Oz. Decidí comenzar con Grossman porque me deslumbró como ser humano y como hombre de letras, y porque su entrevista abre fuego, atrapa y permite entender la realidad israelí. Oz y Bulli, con quienes Grossman forma un apretado nudo, una voz pública con la que se unen para defenderse como escritores y protestar ante las políticas gubernamentales, completan el cuadro. Keret, el más joven, cuya vida y obra tiene una lógica tragicómica propia, tenía que concluir la obra. Para mí, Israel a cuatro voces es un puente literario al corazón íntimo de Israel, a la valentía, sentido de justicia y creatividad que lo caracterizan.
-¿Escriben estos autores como israelíes o como judíos?
-Más bien como seres humanos, como talentosos autores que descubren un lenguaje propio, una voz única y universal.
-Pareciera en tus entrevistas que un punto de afinidad entre los autores es el tema de la muerte
-Quizá en todos, menos en Bulli, aunque en él es la muerte y la negación de la propia identidad. Como dijimos, el Holocausto es una herida insondable en todos, una herida que permea y traspasa las generaciones. En Grossman habría que añadir la muerte de su hijo. En Oz, el suicidio de su madre.
En el prólogo que generosamente escribió Pepe Gordon para mi libro cita a Oz quien dice que “el vuelo de la imaginación de un narrador podría ser tan alto como la profundidad de su herida”. Y quizá es cierto.
-Háblame del proceso de escritura de tus textos, un híbrido porque ni son entrevistas propiamente dichas, ni ensayos
-Siempre digo que mi trabajo periodístico tiene tres fases intensivas. La preparación para el encuentro, leyendo y ordenando todo lo que el autor haya escrito o dicho, buscando hilos conductores. Las entrevistas mismas. Y quizá el más difícil, procesarlo todo para escribir un texto desde mi subjetividad que pueda atrapar al lector. Esto último es lo que más trabajo me cuesta y más que escribir es un alucinante proceso de corregir y reescribir. Un proceso de tirar lo ya escrito para recomenzar. Un proceso que enloquece y en este caso me dejo devastada y al mismo tiempo muy feliz. Tras este libro, renací. Soy otra.
-¿Cómo le haces para que te cuenten todo?
-No sé, desde niña así me pasaba. Supongo que es la empatía que se logra cuando uno hace la tarea y llega luego con el corazón desnudo a tratar de entender al ser humano que tiene uno enfrente.
Silvia Cherem con los cuatro grandes
Por Susy Anderman
Israel es el país invitado en la Feria Internacional del Libro Guadalajara 2013, un acontecimiento que emocionó a la comunidad judeomexicana por tener la oportunidad de compartir tradiciones y costumbres ancestrales que se ven representadas en el amplio programa de este año.
La literatura israelí abre puertas en nuevos continentes, una gran lista de autores que destaca y que también comienza a conquistar espacios cuando un país con las características de Israel, se abre paso: A.B Yehoshua (traducido a 28 idiomas), David Grossman (23), Etgar Keret (30), Amos Oz (36), además de que este año cerca de veinte títulos serán traducidos al español.
Con la inquietud de Silvia Cherem, escritora judeomexicana, se genera como propuesta acercar a los lectores de México a algunas de estas figuras en su nuevo libro Israel a cuatro voces, en el que se toma a cuestas perseguirlos con su característica manera de abordar a sus entrevistados y que gracias al camuflaje de otro idioma, lejano para la zona en la que estos escritores nacen y se constituyen, penetra en lo más íntimo de su vida, desmembrando la creación de los personajes que lejos de su imaginación, muestran los fantasmas colectivos y personales de su historia.
El libro de Silvia Cherem se presentó dentro del programa de actividades de la FIL y está ya listo para quienes deseen jugar un diálogo maestro con David Grossman, Amos Oz, A.B. Yehoshúa y Edgar Keret, mientras que Silvia aflora con su distinguido arte de la entrevista que bien dice Vicente Leñero, “Nos abre los ojos al pujante mundo de la creación en Israel. Nos sorprende. Nos fascina con su estilo”. Y no podría ser nadie más que José Gordon quien prologue el libro y que inicie con una pregunta fundamental ¿Cómo podemos conocer lo que sucede en una cultura que tiene una historia, una lengua y una mirada distinta a la nuestra? Dice Gordon, “Con la curiosidad a flor de piel y una acuciosa investigación, Silvia nos abre las obras de estos creadores, las reseña, al tiempo que trata de adivinar la correspondencia que tienen con sus historias personales entreabiertas en las “entre-vistas”, a pesar de que en una verdadera obra de arte hay algo irreductible, que se escapa a la biografía del autor”.
-La pregunta para Silvia es si el lector mexicano ¿podrá entender la literatura de los autores israelíes?
-Si hablamos de los cuatro que yo incluí en mi libro, mi respuesta definitiva es sí. Son autores universales cuyo lenguaje, estilo y creatividad trasciende cualquier frontera. No en balde Amos Oz y David Grossman son candidatos al Nobel, A.B Yehoshúa ha sido nominado al Booker´s Award, el máximo galardón literario por obras en inglés o traducidas a esa lengua, y Etgar Keret, a pesar de su juventud es uno de los autores más leídos en Israel y también en Latinoamérica. Cualquiera con interés literario puede conmoverse con las obras monumentales de estos gigantes. La pena es que son insuficientemente conocidos en nuestro país y que no es fácil hallar sus libros en librerías mexicanas. Espero que eso cambie tras la Feria del Libro de Guadalajara.
-Silvia, me gustaría que hablaras del lenguaje de las genealogías, es decir de dónde heredaron su voz estos autores. ¿Cuáles son las comuniones y las divergencias entre los cuatro autores que entrevistaste?
-Amos Oz y A.B. Yehoshúa, nacidos en Palestina, eran pequeñitos durante la Segunda Guerra Mundial y comenzaban a comprender el mundo durante la Guerra de la Independencia del Estado de Israel. Les tocó vivir el miedo a los árabes y también a los ingleses, padecer el odio y el desconsuelo, saber que el mundo podía fracturarse en cualquier momento. Que su vida era endeble. Ambos aluden a la épica de creación del Estado. Cada uno desde una óptica diferente y con una creatividad sorprendente. Cada uno tiene un sello individual, propio, personal. En la obra de Amos Oz son personajes principales el kibutz y la Jerusalem sitiada; en la de Yehoshúa, a quien se conoce como Bulli, el tema es la identidad perdida. La necesidad de borrar el origen sefaradí para insertarse en el flujo ashkenazí, el de los pioneros del Estado.
El caso de Grossman es distinto. Es cuando menos 15 años menor que Oz y Yehoshúa, pero lo acogieron como hermano pródigo tras la publicación de Véase: Amor, con la que se dio a conocer en 1986, en Israel y en el mundo. Grossman, sin ser hijo de sobrevivientes del Holocausto, es paloma mensajera de la Shoá. En aquel libro deslumbrante alude a lo que fue haber sido primera generación nacida en Israel y desconfiar del discurso oficial, es decir del silencio ante el pasado en Europa para construir una nación impoluta sin huellas de dolor. Aquel niño que nació oyendo los programas en búsqueda de sobrevivientes y que percibía el pesar existencial de los adultos, desconocía qué era la Bestia Nazi. Nadie hablaba de eso, el silencio se multiplicaba. Con imaginación prodigiosa, Grossman rompió todos los esquemas para aludir al tema de la Shoá desde una mirada crítica poniéndose los zapatos del judío y del nazi en un afán por entender el insondable silencio. Ese fue el inicio de Grossman. La búsqueda de sus propios apelativos para nombrar el mundo que lo rodea, para referirse a la vida en el Estado de Israel. Sus libros son sorprendentes y se reinventa en cada uno de ellos. Al Holocausto, como una herida que implica masticar clavos a diario, se sumó hace algunos años la muerte de su hijo, cumpliendo su servicio militar en Tzahal, durante la Segunda Guerra de Líbano.
Keret, el más joven del cuarteto, se cocina aparte. Él sí es hijo de sobrevivientes del Holocausto y su mundo sórdido que alude al absurdo figura en sorpresivos cuentos cortos. Lo suyo es el surrealismo de la vida misma. Lo desconcertante que es existir en Israel o en cualquier sitio del mundo. En su caso, son escasas las referencias a su patria. Su patria es su mundo fantástico, la violencia absurda en la que creció. Los hoyos de soledad que abren puertas inesperadas.
-¿Cómo elegiste a los autores?
-Desde hacía años yo quería entrevistar a Amos Oz. La FIL 2013, en la que Israel será país invitado, me brindó la oportunidad de buscarlo a él y a los otros tres autores que sumé a mi lista por devota admiración. Leí toda la obra de ellos, los busqué, viajé dos veces a Israel y realicé largas y profundas entrevistas, en casi todos los casos con reuniones de varios días. Fue un año intensísimo de lecturas, viajes, transformación personal. Un año de reescribirme conociendo a estas figuras épicas de la literatura israelí.
-¿En qué te basaste para decidir el orden de las entrevistas en el libro?
-La manera de acomodar los textos en el libro sin duda es arbitraria. Si hubiera sido por edad, el primero debía ser Bulli, luego Oz, seguidos por Grossman y Keret. Por importancia a nivel mundial, la lista tenía que encabezarla Oz. Decidí comenzar con Grossman porque me deslumbró como ser humano y como hombre de letras, y porque su entrevista abre fuego, atrapa y permite entender la realidad israelí. Oz y Bulli, con quienes Grossman forma un apretado nudo, una voz pública con la que se unen para defenderse como escritores y protestar ante las políticas gubernamentales, completan el cuadro. Keret, el más joven, cuya vida y obra tiene una lógica tragicómica propia, tenía que concluir la obra. Para mí, Israel a cuatro voces es un puente literario al corazón íntimo de Israel, a la valentía, sentido de justicia y creatividad que lo caracterizan.
-¿Escriben estos autores como israelíes o como judíos?
-Más bien como seres humanos, como talentosos autores que descubren un lenguaje propio, una voz única y universal.
-Pareciera en tus entrevistas que un punto de afinidad entre los autores es el tema de la muerte
-Quizá en todos, menos en Bulli, aunque en él es la muerte y la negación de la propia identidad. Como dijimos, el Holocausto es una herida insondable en todos, una herida que permea y traspasa las generaciones. En Grossman habría que añadir la muerte de su hijo. En Oz, el suicidio de su madre.
En el prólogo que generosamente escribió Pepe Gordon para mi libro cita a Oz quien dice que “el vuelo de la imaginación de un narrador podría ser tan alto como la profundidad de su herida”. Y quizá es cierto.
-Háblame del proceso de escritura de tus textos, un híbrido porque ni son entrevistas propiamente dichas, ni ensayos
-Siempre digo que mi trabajo periodístico tiene tres fases intensivas. La preparación para el encuentro, leyendo y ordenando todo lo que el autor haya escrito o dicho, buscando hilos conductores. Las entrevistas mismas. Y quizá el más difícil, procesarlo todo para escribir un texto desde mi subjetividad que pueda atrapar al lector. Esto último es lo que más trabajo me cuesta y más que escribir es un alucinante proceso de corregir y reescribir. Un proceso de tirar lo ya escrito para recomenzar. Un proceso que enloquece y en este caso me dejo devastada y al mismo tiempo muy feliz. Tras este libro, renací. Soy otra.
-¿Cómo le haces para que te cuenten todo?
-No sé, desde niña así me pasaba. Supongo que es la empatía que se logra cuando uno hace la tarea y llega luego con el corazón desnudo a tratar de entender al ser humano que tiene uno enfrente.
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