Así
como Adam Smith es el padre de la economía política, hablamos de Freud como el
de los estudios de la sexualidad, aunque claro, existen muchos antecesores a
estas teorías y si ustedes no lo saben, el para muchos
despreciable Marqués de Sade, fue uno de los que dio los primeros avances que
quedaron en la hoguera, dado el marco político y social en el que este
personaje vivió. Su constante crítica a la monarquía francesa, tan
ejemplificada junto con los representantes del clero, a quienes más de una vez,
utilizaba como personajes centrales en sus novelas.
Todo tiene que ver con esa
parte oscura del deseo. Sade no tenía ninguna duda de sus planteamientos.
En otro tiempo, al
biólogo estadounidense Kinsey, se le ocurre realizar miles de encuestas acerca del
comportamiento sexual de hombres y mujeres. En 1948, cambió
irrevocablemente la cultura americana con su libro La conducta sexual del
hombre. Al entrevistar a personas acerca de los aspectos más íntimos
de sus vidas, liberando una carga de confidencialidad y vergüenza en una
sociedad en la que los temas sexuales estaban mayoritariamente escondidos.
Su trabajo provocó uno de los debates culturales más intensos del siglo pasado, supuestos que perduran al exponer alguna inexistencia de ciertas patologías
sexuales, sustentado en que al existir en un alto porcentaje de individuos una coincidencia de comportamientos, se
convierte automáticamente en características de “normalidad” de los seres
humanos.
Cuando
esto se confronta con la moral y los principios que la cultura nos ha impuesto,
reprimiendo algunos instintos y regresando a Freud, el motivo de neurosis y otras patologías, o refiriendo a Reich, los principios
religiosos como control de los instintos sexuales en aras de que el hombre sea
más productivo en el modo capitalista, nos lleva a pensar que no debemos dejar
a un lado, encerrado en el cajón, el análisis de nuestra sexualidad para llegar a sentirnos libres, sin ninguna trampa impuesta por
alguien, más bien, lo que a nuestros propios ojos nos otorga la plenitud y la
felicidad en la mejor estructura posible. Si partimos de esta libertad,
muy probablemente aparecerá una salud mental más congruente que al no estar reprimida, aflore en un mejor estado de cosas, pero lejos de
ser una propuesta indecorosa o de extremo libertinaje, podría orientarse a ser un principio de libertad
para ahuyentar los fantasmas que en su inversa provocan el silencio y el tabú.
El fantasma visto como el personaje que encuentra cómo satisfacer los propios deseos. Si Lacan hablaba de fórmulas, podríamos tener el derecho
ciudadano para todos entrar en ese análisis sin ninguna desventaja y probablemente nos encontraríamos en forma más frecuente con gente más feliz.
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