A qué se debe que en pleno siglo XXI, una sociedad sumamente estructurada, compenetrada en el gran contrato social que rige las normas que ningún individuo osa transgredir, de pronto se enfrenta a una severa crisis de valores, que difícilmente se puede cuantificar pero que en términos generales confronta muchos factores que ponen en riesgo el bienestar social.
Sin entrar en definiciones, acatar la larga lista de valores, tiene implícito un compromiso moral y ético que va desde un individuo hacia el otro. Más solo es suficiente presenciar el lenguaje de los hombres que agreden a diestra y siniestra en esto que el hombre logró para su evolución, pero cae siempre atrapado de nueva cuenta bajo los límites de sus impulsos, de su inherente represión y de la sublimación equivoca de sus palabras para desmantelar a cualquiera. Los intelectuales han muerto. El valor de la palabra y el respeto por la diversidad de pensamiento, la libertad y la capacidad de discernir para construir más en el conocimiento y la interpretación.
La manipulación de la opinión pública por la misma opinión pública es un fenómeno que se impone, ahora sí los líderes surgen de ese mismo sarcasmo y todo pierde valor ante la inconsciencia colectiva, retrocede en la evolución neuronal y cerebral de las cosas. Hemos regresado al fenómeno del mono, en el que se supone que un comportamiento aprendido se propaga rápidamente desde un grupo de monos hasta todos los monos, una vez que se alcanza un número crítico de iniciados. Por generalización, se refiere a un fenómeno por el cual, una vez que una cierta parte de una población ha oído hablar de una nueva idea o aprendido una nueva habilidad, la difusión de dicha idea o habilidad entre el resto de la población se produce en forma instantánea, mediante algún proceso todavía desconocido.
Si es un efecto biológico, político o social, quizás sea mera casualidad. Sin embargo, lo que uno lee en las redes sociales o internet, en este siglo como el veintiuno, es fácil imaginar que si las palabras fueran armas, regresaríamos a las más trágicas batallas urbanas de la historia, la Operación Barbarroja o la ofensiva de Brusilov, quizá no se salpica tanto la sangre pero cómo se palpa a veces el mismo odio.
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