Susy Anderman
Temo decir que, según el inconsciente colectivo
aunque esto sea una terminología de Jung, llevamos el malestar en la cultura genéticamente
instalado como una cadena continua en la herencia de formas de pensamiento,
conductas e instrucciones para la vida. Muy a pesar de la gran apertura sexual,
los atavismos permanecen en forma inconsciente. En la práctica, los jóvenes de
hoy, y los no tan jóvenes, por supuesto que han cambiado su perspectiva sobre
su sexualidad, sin embargo, al permanecer vigente la misma ética y
moral sobre esos asuntos, las consecuencias de conciencia son complejas y
complicadas. Sumado a la enorme incongruencia entre ideas y
conducta, lo cual provoca actuar en forma distinta.
Esto
tiene que ver con nuestros aspectos no resueltos, más que con una situación de apertura, la cual no puede existir cuando ciertas estructuras sociales no cambian, ya que el hombre mientras individuo sea, arrastrará sus propias
circunstancias mentales.
Pensemos
en el exacto instante en el que uno se mira en el espejo, con la ilusión de lo
que podrá deparar una noche de sábado, y el minuto después, al decidir que
mejor cada quien se regresa a casa después de atestiguar nuevamente, la decadencia total
en las claras, optimistas y ligeras relaciones sociales, porque se ha
deteriorado tanto el respeto por la autenticidad, los seres humanos estamos perdiendo
también la satisfacción personal que nos
da conocernos a través de los demás y, sobre todo, compartir lo que somos en
ese proceso natural de retroalimentarnos con la respectiva mejora de nuestros
estados psíquicos, y esta palabra no tiene que ver con la mente, tiene que ver
con el alma.
Regresamos
a las redes sociales virtuales, frías, inhóspitas que no solo nos exponen en la
información íntima que proporcionamos, sino también el peligro que implica la
esperanza perdida cada vez que uno enciende o apaga la máquina.
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